El
sábado por la noche fue indescriptible. Pura magia. Fuimos a ver el espectáculo
de Sara Baras, La Pepa. Habíamos
sacado las entradas hacía tiempo y, de hecho, las teníamos para la semana
anterior, para el sábado 16 de marzo, pero me pilló en plena efervescencia de
mi enfermedad y era del todo impensable ir a ninguna parte, así que probamos de
pedir si se podían cambiar para otro día y, por suerte, nos dijeron que,
excepcionalmente, sí. Menos mal.
Creo
que la primera vez que la vi fue en el 2005, en su espectáculo Sabores. La vi y me
enamoró perdidamente. Ya he comentado en más de una ocasión mi debilidad por el
flamenco y los bailes del sur. Y, de hecho, una asignatura pendiente muy importante que
tengo, es aprender a bailarlo (pequeño paréntesis: me encantaría ir a la Feria
de Abril de Sevilla y, por una vez, en lugar de quedarme sentada embobada
dándole a las palmas mientras la gente en la caseta baila y baila sin descanso,
levantarme yo también y formar parte del increíble espectáculo que es esta
Feria). Pero, lo que decía, desde que la vi en aquel Sabores, cada vez que viene a
Barcelona intentamos ir a verla y jamás ha decepcionado.
Me
cuesta mucho describirla, imagino que es difícil poner palabras a un montón de
sensaciones, las palabras quedan cortas. Ella (y todo el cuerpo de baile) son puro
sentimiento, pura emoción, y consiguen transmitirlo con cada movimiento, con cada zapateao, con sus expresiones, con sus gestos, con sus… todo. Pasión y arte se desprenden por cada poro de su piel. Si
esto no es belleza, no sé qué es lo que puede ser, sinceramente.
Como
este blog pretende ser una plataforma desde donde pueda compartir mi
particular visión de aquellas cosas que considero bellas, especiales, únicas,
diferentes, me parecía que era del todo imprescindible dedicar un post a esta
grandísima bailaora, que consigue tenerme con la carne de gallina y los ojos
nublados por la emoción desde que se apagan las luces hasta que se cierra el telón.